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> «Se busca surfista para viaje a Escocia» ~ Por Carlos Serrano

>> Surfistas que leéis esto, y quizás algún infiltrado, estáis de enhorabuena. En Surfcantabria, sintiendo el aliento de las Navidades del Corte Inglés sobre la nuca, nos hemos despertado generosos y dispuestos a contribuir a que el número de parados descienda en nuestro querido país, aunque luego vayan a atribuirse el mérito personas menos conocidas por su generosidad. Tampoco lo veáis sólo como un trabajo; si queréis escapar de otra campaña electoral, de unas terceras elecciones, del juicio de la Gürtell, del fútbol día si y dia también… Atentos a nuestra oferta. Pero antes de seguir, me siento en la obligación de poneros en coyuntura. No todos los días surge la oportunidad de un viaje así, y quizá alguno de vosotros ya esté corriendo a por los escarpines, los guantes y el 5mm, y está mirando ya a cuanto está el cambio de la libra… Pero otros os preguntaréis dónde está la trampa. ¿Desde cuándo somos tan generosos? ¿Por qué no nos montamos nosotros, si tantas ganas tenemos, un viaje a Escocia? Os pondré en situación.

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escocia_.jpgHace dos semanas quien escribe estas líneas se sentó en un avión hacia Edimburgo. En menos de dos horas pasé del bañador al anorak y gorro de lana, de la playa, a los lagos rodeados de montañas. Acompañaba a una excursión organizada por la Universidad de Valladolid, una actividad de geografía que no iba a permitirme surfear, pero que si me facilitó observar una buena parte de la costa escocesa, de oeste a este.

Siempre conduciendo por la izquierda, y respetando los restrictivos límites de velocidad británicos como si de un inglés más me tratase, avanzamos hacia la costa oeste, hacia el Mar de las Hébridas. Este manto de agua está salpicado por numerosas islas de nombre legendario (Tiree, Coll, Rum, Mingulay…) que dificultan la entrada de swell, actuando las mayores (las Islas Hébridas exteriores) como “escudo” ante las borrascas atlánticas. Para saber ésto no me hizo falta preguntar a ningún amable local; una de esas borrascas tan amadas por los cántabros, y que tan buenas olas debió enviar a la península, nos barrió durante los cuatro días que estuvimos vagando por el noroeste. Cualquier temporal cántabro flaquearía ante la fuerza del viento y la lluvia de las Hébridas; hubo ocasiones en que habría jurado que llovía desde el suelo, tal era la cantidad de agua que nos rodeaba.

El agua. Si vais a viajar a Escocia, antes de pensar en whisky, fish and chips, faldas de cuadros y cerveza, pensad en que vais a mojaros. Y mucho. No existe el término seco tal y como lo entendemos en los países mediterráneos, y una vez que la humedad entra en algo, es difícil que se vaya. Escocia es hospitalaria, y si te acoge, lo hace con todas sus fuerzas; el barro y el agua de mis botas permanecieron durante todo el viaje, y puedo asegurar que nunca estuvieron completamente secas. En la costa oeste de Escocia llueve, de media, 1800 m/cúbicos anuales. Para que os hagáis una idea, en Santander (que bello es, en invierno y en verano nunca deja de llover, como dice la canción) caen sólo 1100 mm, por lo que, si te asusta la lluvia, aprovecho para advertirte: éste no es tu viaje.

En el Mar de las Hébridas no hay olas, al menos en las islas interiores. Es posible que más al sur, en la Isla de Mull o en las del cinturón exterior (Harris, North Uist) las posibilidades aumenten, pero siempre vamos a contar con un hándicap vital; el viento, que siempre es de mar. Pocas veces he visto golpear un viento tan frío, húmedo y constante como el que me despertaba de vez en cuando en Escocia, haciendo vibrar los cristales cada noche. Tengamos en cuenta una cosa; lo que para nosotros es viento “gallego”, para un escocés es “islandés”, o “irlandés”, y todos sabemos que la calidez de un gallego no la tienen estas otras nacionalidades, con todo el cariño, por lo que ya podéis imaginar el carácter de lo que soplaba por allí.

Ante las visitas de estos dos vientos celtas parece que sólo disfrutan los propios escoceses; nada interrumpe sus quehaceres, ni el mayor de los chaparrones; shower, en inglés “ducha”, es la palabra que utilizan allí para avisar de un fuerte chaparrón, y nada más acertado, ya que en cuanto sales del coche experimentas la ducha fría más rápida del mundo. Diez minutos y pareces un marinero de los que salen pescando cangrejo en los documentales de Discovery Channel.

Una de las preguntas más habituales en mi viaje por las Highlands fue; ¿Cómo pueden vivir aquí? ¿Qué tipo de fortaleza, de cromosoma aparte, poseen los habitantes de estas latitudes? No dejabamos de ver a nuestro paso granjas solitarias rodeadas de ovejas y campos infinitos, verdes cuando salía el sol, grises la mayoría de las veces, salpicados por bosques de altos pinos y abetos, surcado todo por millares de torrentes, ríos y arroyos veloces y fríos. En las Highlands existe un río en prácticamente cualquier lugar; un buen escocés sale de su casa, y si ha llovido la noche anterior, no le sorprenderá ver que un río ha decidido posar su curso sobre su jardín delantero; tal es la cantidad de agua que cae del cielo que la tierra no puede absorberla, por lo que corre libre hacia los lagos y fiordos, sabiendo que allí manda ella.

Pero a pesar de ésto, de la salvaje naturaleza que reinaba, la presencia humana era constante y se manifestaba en éstas solitarias granjas que aparecían tras las colinas, o sobre ellas, como atalayas, aisladas de cualquier ciudad excepto por estrechas carreteras, siempre rodeadas de vacío y de soledad.

Un buen ejemplo del carácter de los habitantes de las Hébridas y Highlands es el del pueblo de Elgol, en la isla de Skye. Media docena de casas blancas se asentaban sobre un acantilado que miraba al oeste, desafiando a las borrascas con los brazos abiertos, sin ninguna defensa ante las iras del invierno. Y en primera línea de batalla, a escasos metros de  las rocas grises de la playa, se levantaba la escuela del pueblo, con el jardín adornado de columpios y toboganes, los cristales pintados por manos infantiles y un aroma de vida que contrastaba con el vacío que rodeaba Elgol. La escuela de cara al mar, enseñando a los escoceses, desde pequeños, que siempre tendrán que vérselas con el viento y la lluvia que golpea, sin cesar, el tejado de su pequeño colegio.

Pasados tres días subimos al norte, donde las posibilidades de encontrar olas aumentaban. La borrasca seguía golpeándonos de lleno, y siempre llegábamos a los albergues calados hasta los huesos. Por suerte, en Escocia siempre hay un pub donde más lo necesites, y solíamos secarnos con pintas de cerveza en mano, algo que recomiendo como terapia a los futuros emprendedores de éste viaje; llevad medicinas, pero cuidaros también que cerca de donde paséis la noche haya un buen pub. La cerveza escocesa, en todas sus variedades, es mano de santo.

Por fin, al cuarto día, encontré olas. Fue en una penísula al oeste de Unapool, la población más grande de los alrededores. Era una playa aislada situada a las afueras de un poblado llamado Clashnessie.

Puedo decir sin vergüenza que la encontré de casualidad. Llevábamos horas conduciendo bajo el diluvio universal, hartos de que cada salida del coche se convirtiese en un hidromasaje, y en el coche se respiraba esa mezcla de humedad, calor humano y fraternidad que une a los que están lejos de casa. Por azar, asomé la mirada por el cristal empañado y vi lo que menos esperaría encontrar allí; una playa de arena blanca, atravesada por un río en su parte norte, que moría en el mar. Y frente a la playa, dos olas que desde el primer vistazo supe reconocer como surfeables.

escocia_playa_clashnessie.jpgParamos el coche y confirmé mis sospechas; el rápido río que desembocaba al norte de la playa creaba un fondo, que se unía junto con unas lastras de roca, dando origen a una izquierda. Y en el centro de la playa, un pico abría sus brazos de poco más de medio metro, pero potentes.

Tampoco voy a mentiros; aquello no era Mundaka, ni Rodiles. Pero podía ser perfectamente una playa de las que surfeamos en el norte de España a diario, cuando lo que buscamos es surfear, sí o sí, por que es lo que hay. Y la playa de Clashnessie encajaba perfectamente con ésto; en un día de temporal, de vientos fuertes del oeste, con el mar picado e imposible, ofrecía a cualquier surfista atrevido un spot resguardado y con fuerte viento offshore, que daba a las olas formas apetecibles. Creo sinceramente que, con un periodo más largo, allí habría muy buenas olas, y la perspectiva de surfear en medio de aquella naturaleza salvaje, rodeado de la nada, bajo las montañas marrones de Escocia, hace que mientras escriba estas líneas, sueñe despierto con mi regreso al norte.

Eufórico por el hayazgo, y hartos de la lluvia el resto del grupo, fuimos a calentarnos a un pub en Lochinver, el puerto más grande de la zona. Allí vivimos en nuestras carnes lo que parecía una tónica habitual en los puertos de aquella zona de Escocia; la añoranza de tiempos pasados y la incertidumbre, incluso el miedo, que experimentaban los locales ante un futuro incierto. Puertos que habían sido parada obligatoria para los grandes pesqueros que retornaban del Gran Sol, de Terranova, y encontraban en estas costas los únicos refugios posibles en los que podían descansar sus marineros, y aún lejos de casa. Rusos, polacos, alemanes, españoles… Para todos ellos, la primera tierra firme tras semanas faenando entre tormentas era la de los fríos puestos escoceses, donde reparaban sus barcos y se reunían con amigos, dando color a lugares grises.

El pub en el que descansamos tenía una foto de la playa de la Concha, en San Sebastián, prueba del paso de españoles por aquellas latitudes. Uno de los clientes nos contó la estrecha relación que los locales mantenían con nuestros compatriotas, que utilizaban Lochinver como primera parada antes de volver a casa. Una relación que seguramente se rompería, nos confesó casi entre lágrimas regadas por el vaso de whisky que apoyaba en la barra, debido a la decisión de Reino Unido de salir de la Unión Europea. El Brexit no es apoyado por los escoceses por motivos como éste, y nos da conciencia de la gravedad de una decisión tomada irresponsablemente. Primero se fueron los rusos, con la caída del bloque soviético, y luego los españoles, todavía europeos, los únicos que quedaban… ¿Quién atracará y dará vida a los puertos escoceses? ¿Se irá el color, la vida, y sólo quedará el gris de la piedra, de las nubes, para que, como siempre, unos sean más ricos que otros?

Abandonamos las Highlands y su lluvioso mar en dirección al sureste, a Inverness, rumbo a las costas de Aberdeen. Cruzábamos por la nada humana, con nuestra presencia reducida a pequeñas granjas, pero rodeados de lagos, fiordos y cascadas que se precipitaban por cualquier cortado. Escocia es agua, agua por todas partes, que cruza la carretera e inunda los campos, anárquica, libre en su tierra. Aquí vive poca gente, y podría resultar comprensible dada la dureza del clima, pero no siempre fue así; entre los siglos XVIII y XIX, en plena Revolución Industrial, se llevó a cabo la expulsión de los habitantes de las Highlands de sus tierras natales, mucho más pobladas por entonces que ahora, en un proceso llamado Highlands Clearances.. ¿La razón? El mundo cambiaba, y el dinero comenzaba a imponer su ley, hasta alcanzar sus cotas más altas en nuestros días. En aquellos años, lo que “era rentable”, en vez de construir a pie de costa, era llenar los campos de ovejas, de millones de ovejas, que diesen buena lana y se alimentasen de los bien regados campos escoceses. Era el negocio perfecto, y los escoceses lo sabían, pero las tierras en las que debían pastar sus ovejas ahora estaban pobladas por personas, nativos que mantenían un régimen comunal, solidario, de uso de tierras, que utilizaban para explotar y habitar. Eran los miembros de los famosos clanes escoceses, que en un centenar de años vieron como sus antiguos señores, aquellos que les permitían vivir en aquellas duras tierras, y con quien compartían sustento y beneficio, les cambiaban por ovejas, forzándoles a emigrar a América o a ocupar los peores suburbios de las nuevas ciudades industriales que comenzaban a brotar por toda Gran Bretaña, cuando no les exterminaban en brutales matanzas si decidían resistirse. 

La costa este carecía de la melancolía y el aroma salvaje de las Highlands, pero las ahora suaves colinas lucían verdes en vez de marrones, ya que por primera vez en cinco días, el sol hizo acto de presencia durante más que minutos.

escocia_newbourgh_bay.jpgFue al sur de Aberdeen donde de nuevo me encontré con las olas. La costa este de Escocia se asemeja bastante al norte de España, con numerosos arenales y desembocaduras rompiendo la línea de costa, para levantar en abruptos acantilados grises vigilados por castillos. Fue en la boca de una de éstas rías donde volví a ver olas de calidad para el surf, pero lo original del hayazgo no fueron las olas en sí, si no el lugar frente al que rompían; una colonia de focas grises, que bostezaban bajo el sol y nadaban sin cesar, juguetonas, tanto entre las olas como por las aguas del estuario a sus espaldas. Sacaban la cabeza y nos miraban con sus ojos grandes y curiosos. En la boca del río se veían dos buenos fondos de arena, bien provistos por la corriente incesante del agua, en los cuales rompían buenas olas, aunque con un tamaño que no excedía el medio metro, comprensible dado que la previsión no predecía un buen swell. El viento era offshore, del oeste, algo muy destacable en Escocia por su regularidad; al avanzar las borrascas siempre de oeste a este, los surfistas que vayan a explorar la costa oriental escocesa deben saber que cuando haga mal tiempo en las Highlands, tendrán buen viento. Y siempre hace malo en las Highlands.

Muchas veces surfeamos y no somos conscientes de dónde estamos, qué rodea a la ola que nos empuja contra la costa. Una ola, al fin y al cabo, es una ola, y como ya hemos podido comprobar, puede crearse artificialmente, aún más perfecta si cabe. ¿Pero podemos recrear el entorno, el paisaje, que veremos desde nuestra tabla, sentados en el pico, esperando la serie? Nunca podremos construir fiordos, ni campos verdes, ni acantilados negros llenos de algas como los que rodean las olas de Escocia.

Quizás la necesidad de animaros, de proponeros, un surfari a Escocia surja de que cada día que pasé allí deseé surfear en aquellas playas desiertas, rodeado de montañas vírgenes, frente a pueblos de pescadores. De que quiero que veáis lo que yo vi, os mojéis y paséis frío, os atragantéis con el haggis y pidáis otra pinta, porque la primera era tan buena que os habéis quedado con ganas de más. Y porque quiero que vayáis acompañados; Escocia no es lugar para ir solos, llueve mucho (¿no os he avisado bastante?) y el calor que dan las personas que comparten tus privaciones, fríos y morriñas es mejor que el de cualquier radiador. Y quién sabe, quizás encuentres a quien te dé mas calor que otros, secándote cuando más mojado estés, cuando pienses que ya no puede caer más agua, y que tu pelo ya no puede rizarse más.

Por eso abro el concurso; surfistas cántabros, que creeís que aguantáis bien los inviernos de vuestra tierra… ¡Id a surfear a Escocia, no os arrepentiréis!

Y luego volved y escribidlo; en Surfcantabria os garantizamos un hueco.

Carlos Serrano

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