> El mejor amigo del surfista – Por Eduardo illarregui
>> Piensa en alguien que siempre te espera en el coche o en la orilla mientras coges olas y al salir, después de más de tres horas, no sólo no te pone caretos o directamente se ha ido, sino que se vuelve loco de contento, como si fueses Robinson Crusoe y regresases al hogar, tras muchos años perdido, en alguna recóndita y remota isla desierta. En alguien que sabes que permanecerá a tu lado hasta si un día te da el siroco, te atas la manta a la cabeza, y decides dejar tu trabajo fijo y bien remunerado, tu casa y te pones a hacer barquichuelos metidos en botellas, en un desvencijado, frío y húmedo bungalow de 12 metros cuadrados en un camping al lado de la playa. En alguien que jamás te retirará el rostro si te deja tuerto el nose de una tabla o un accidente marítimo provoca que una terrible cicatriz surque tu cara de punta a punta. Si todos estamos seguros de que nuestros perros harían esto y mucho más por nosotros, lo que no entiendo es por qué nosotros a la hora de elegirlos a ellos miramos cosas como la raza, el pedigrí, la morfología, la línea genealógica, el porte, las modas, el color, la elegancia…
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Si este mundo cada vez más superficial y frívolo aún no nos ha hecho tanto daño, tal vez la próxima vez que elijamos un amigo, en lugar de comprarlo y guiarnos por todas estas pijadas, podíamos barajar la opción de adoptarlo y comenzar así a aprender cosas que hace tiempo tenemos olvidadas. Cosas de las que nos hablaba Lord Byron en su célebre epitafio a su perro:
"Aquí reposan los restos de una criatura que fue bella sin vanidad, fuerte sin insolencia, valiente sin ferocidad y tuvo todas las virtudes del hombre y ninguno de sus defectos".
El mejor homenaje que podemos hacer a un amigo que se ha ido es ayudar a otro de su misma especie que no ha tenido fortuna.
Eduardo illarregui
Aquí unos amigos… Chicu, Cholo, Luna y Snow – Foto: Luis Bolado