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> Board Stories I: Woody – by Nico Moramarco

>> Cada tabla tiene una historia que contar. Desde que empecé a hacer esto del surf, allá por el año ’86 del siglo pasado, he tenido la fortuna de compartir baños con tablas de lo más variadas. Desde el modelo Canyon 6’3 que me dio mi primera experiencia de una ola surfeada con éxito, hasta la “Green Egg” marca Encinitas que rescaté del garaje de mi hermano en Los Angeles, todas tienen su recorrido. Dicen que si las paredes hablasen, contarían muchas cosas. Digo lo mismo sobre las tablas. Empecé a darles nombre a mis tablas casi desde el principio. Generalmente tenían que ver con el color o algún rasgo particular de la tabla: “White Coconut”, “Purple Power Rocket,” etc. Hay quienes hablan con las plantas. Yo les cuento cosas a ellas mientras esperan en el “rack” que tengo con todas juntitas esperando su turno para ir al mar. “Mañana te toca, Woody, no te preocupes, estará pequeño y glassy.” Hay tablas que encargas, que diseñas y que llevan tu nombre escrito a lápiz en el listón…

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nico_woody2.jpg… Son las menos en mi caso. Luego hay tablas que simplemente has acumulado a lo largo de los años y que ni siquiera usas. Están tiradas por algún rincón del jardín sirviendo para aguantar la albahaca o acumulando polvo debajo de juguetes de plástico que tus hijos ya no usan. Luego hay tablas que entran en tu vida por sorpresa, fortuna, azar. Es el caso de "Woody".

Para hablar del dueño legítimo de Woody tengo que remontarme 20 años hasta la primera vez que vine a Cantabria con mi buen amigo Tom, el Bávaro. Los dos estábamos de becarios en la Universidad de Cantabria. Yo recién había llegado de California y no conocía a nadie. Tampoco tenía que ir a muchas clases así que acabé en el bar mis primeros días más que en las aulas. Tenía que aprender bien el horario de las cosas: la hora del café, el pincho, los blancos, la tostada… Era muy diferente de mi universidad en San Diego que es prácticamente como un centro comercial donde puedes comprar y comer casi todo lo que quieras aparte de atender clases y titularte. En unos de mis ratos en el bar del edificio de filología miro y veo a un chico grande y sonriente con melena y patillas bebiéndose una caña. ¡Aha! La hora de la caña! Así empezamos a hablar. Él había estado el año anterior y le quedaba uno todavía. Era windsurfista y hacía snowboard. Estaba empezando a coger olas. Frecuentaba la segunda playa del Sardinero, que en aquel entonces estaba bastante poco poblada casi siempre. Por lo tanto sabía cosas como dónde reparar tablas y dónde había olas. Me llevó a Full & Cas en Monte con la puerta azul que se veía desde la avenida de los Castros. Empezamos una larga amistad.

nico_woody_.jpgAquel año terminó y Tom se volvió a su pequeño pueblo del sur de Bavaria. Yo decidí quedarme en Cantabria y probar suerte. Durante los últimos veinte años nos hemos visto pocas veces, pero siempre es una alegría. Tom lleva el mar y el disfrute de las olas en el corazón y siempre me recuerda la gran suerte que tenemos los que vivimos cerca del mar todo el año aunque nos quejemos del frío, de las condiciones, del número creciente de practicantes… Cuando tiene vacaciones se escapa a Costa Rica, Francia, o muchas veces viene a recordar sus inicios en Cantabria. Un año vino a San Vicente con su novia y algunos amigos. Me llamó y fuimos a verle al camping. Estaban alrededor de un pequeño fuego con todo perfectamente ordenado como sólo pueden hacer los alemanes, incluso el más hippy en un camping. Nos dimos un baño y charlamos largo rato. Cuando nos íbamos me comentó que tenía un tablón que ya no quería y que ocupaba mucho en el coche, que si me interesaba. Le dije que por qué no, ya que un tablón siempre es bienvenido en mi casa. No tenía dinero para pagarle pero le dije que aquí iba a estar para cuando quisiera. Era una Stewert rojo rojo que te cojo, Modelo McPhillips tipo Cadillac para pasear tranquilamente adelante, atrás. La utilicé varios años, sobre todo los veranos. Tom no aparecía y como ocurre a veces, perdimos el contacto.

nico_woody__.jpgUna mañana de agosto que había ido bastante pronto al agua, surfeando con el ·Red Cadillac" con olas muy bonitas para este tipo de tabla: bien formadas y largas, rompiendo poquito a poco, me encontré con una situación perpleja. Al salir del agua para mi coche, se me acerca un chico, dice que es valenciano y me pregunta por la tabla. Me dice que está buscando un tablón de este tipo moderno ya que tiene uno muy clásico, que si quiero cambiar tablas. Me paro. Tardo unos segundos en entender lo que quiere. Me dice, “estoy allí arriba y tengo la tabla en la furgo, ven si quieres y te la enseño.” “Vale.” Se aleja. Voy para la ducha y aclaro mis cosas. Decido ir a ver lo que hay. Cuando llego a su coche ya la tiene tumbada en el césped: Woody. Un tablón de madera de tres listones y unos 9’2 pies. En el centro hay un dibujo de la misma tabla en miniatura. Tiene una sola quilla. La miro. Miro al tipo. Flipo. Pienso en Tom. Le digo que sí sin contemplarlo mucho, considerando en un milisegundo que realmente la tabla Stewert se puede comprar online en un santiamén si uno quiere y tiene pasta, y que Woody es única. Sin mucha ceremonia nos entregamos las tablas. Yo prometiéndome que si Tom vuelve a por la tabla, se llevará a Woody, y el valenciano contento con su nueva adquisición.

En el coche empiezo a darle vueltas al asunto. “¿Habré hecho bien..? ¿Será un timo..? Igual las hace en su garaje y va por las playas consiguiendo tablas de esta forma  ? Igual ni flota…. Pasó bastante tiempo hasta que la saqué de paseo. Me agradaba verla en mi garaje con su majestuosa nube de misterio. Ni siquiera tiene nombre de marca ni de shaper. Por fin decidí poner fin a mis dudas y llevarla al agua. Era un día de nordeste en Liencres pero con olas y marea subiendo. La tabla la medio arrastro hasta la orilla. Entre el viento y el mero peso que tiene tengo que luchar algo de no parecer más pardillo de lo que soy. Consigo meterla en el agua. La madera coge otro tono y la parafa huele a Patchuli. Parece reavivarse la tabla. Me pongo a remar por las colinas de espuma que se me acercan. Cuando consigo llegar a la zona de rompiente, veo una ola venir. Ahora hay que darle la vuelta a este árbol. Empiezo a girar agarrando el canto con una mano y impulsando en círculo debajo del agua con la otra. Avanzo mucho con tanta tabla. La remo y tengo que echarme muy atrás para no clavar la punta ya que me lleva de sobra. Vamos hacia la izquierda. Parece que volamos en uno de los primeros aviones. Sin movimientos excesivos. Arriba y abajo despacito hasta la arena.

Volvieron a suceder varios años hasta que la semana pasada recibo un mensaje de Tom. Viene a Cantabria con su familia y quiere surfear juntos. Encantado, bajo al garaje y se lo cuento a Woody. Me pide parafina…

Nicholas Moramarco

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