> «El Bikini Masculino» ~ Una reflexión de Carlos Serrano
>> Vivimos tiempos de infelicidad. Nadie está a gusto con nada, todo nos molesta, y hasta las cosas más nimias y vulgares, que en tiempos de mayor bonanza cultural (que no económica, no confundamos) serían vistas por encima, condenadas a poblar las páginas de sucesos de periódicos locales, se convierten, gracias al empuje de las redes sociales, en grandes eventos virales que, en la gran mayoría de los casos, no hacen sino distorsionar la realidad. Lo hemos visto hasta la saciedad en las últimas semanas; las cabalgatas con reinas, las rastas de los diputados, las corbatas en actos oficiales… Lo dicho; todo nos molesta e irrita. ¿Y a dónde van a parar nuestras iras? A las redes sociales. ¿Y qué tiene que ver nuestro querido deporte, el surf, en todo esto? Aunque no os lo creáis, esa infelicidad, esa necesidad de crítica hacia todo y todos, también se ha trasladado hacia nuestro pequeño paraíso particular. Y como no, lo ha hecho en brazos del machismo, una lacra social que en España está lejos de desaparecer… |
Los comentarios no tardaron en aparecer; cuentas masculinas dejaron su opinión de diversas maneras, pocas aceptables, mientras que no fueron pocos los usuarios femeninos que demostraron su disconformidad. "Me apena que el surf femenino se relacione con esto" dijo una, mencionando a Vergara, quizás en un intento de hacer reflexionar a la surfista acerca de su comportamiento. Y así, infinidad de casos, infinidad de surfistas e infinidad de comentarios. Pero, ¿es culpa de estas jóvenes surferas el desatar el calor de los hombres y las iras de las mujeres? No, rotundamente. Y la respuesta es simple; se nos da lo que nosotros, la masa de ávidos compradores de neoprenos, espectadores de vídeos, y portadores de moda, pedimos. No hace falta alejarse de Instagram para poder sacar diferentes conclusiones. No hay más machismo en el surf que en la publicidad, y ahora mismo, la red social de fotografía por excelencia es un mercado muy jugoso para las marcas, que la utilizan como una rama más, importante, de su extenso mercado. Sin que les cueste un céntimo, cada cuenta de Instagram supone un alcance de varias decenas de miles de potenciales compradores, que siguen los periplos y peripecias de sus esponsorizados. Sin embargo, llama la atención que el número de seguidores en esta red no concuerda, en la mayoría de los casos, con los resultados competitivos.
Parecería lógico pensar que, cuanto más exitoso sea el, o la surfista, más se verá acompañado por una horda de seguidores. Nada más lejos de la realidad. La actual número 1 del Ránking WSL, Carissa Moore, atesora doscientos cuatro mil seguidores en Instagram, muy lejos de la número 108 del mismo ránking, Alana Blanchard, que posee en su poder la cantidad de un millón y medio de seguidores. Sus equivalentes masculinos muestran resultados que, comparados con los de ellas, dan que pensar. Es normal que Kelly Slater (1, 4 mill.) o Mick Fanning (708k) tengan más seguidores que el actual campeón del mundo, Adriano de Souza. Pero llama poderosamente la atención que Alana Blanchard supere al rey del surf durante los últimos veinte años en seguidores, sobre todo teniendo en cuenta que Kelly se ha coronado 12 veces Campeón del Mundo, con el peso de fama y admiración que ello conlleva. Pero esto no sucede sólo en las cotas más altas de nuestro deporte. En España, donde el número de surfistas es mucho menor que en Hawái, Australia o California, también podemos comprobar este fenómeno. Lucía Martiño, asturiana, lidera Instagram con trentaiséis mil seguidores en su haber. La surfista de Gijón ostenta el número 45 del Circuito QS y está, como quién dice, hasta en la sopa. Leticia Canales, vasca, posee el número 25 del mismo circuito que Martiño, pero sus seismil seguidores quedan muy por debajo de los números de la asturiana. A partir de aquí, las conclusiones son muchas, y como dije en las primeras líneas, sean cuales sean, nunca estaremos contentos con ellas.
Repito, y lo diré hasta la saciedad, que la culpa no es ni de las Alanas, ni de las Martiños, ni de los Kellys que andan sueltos por el mundo. La culpa es nuestra, que en nuestro papel de ávidos consumidores, no sabemos diferenciar ni elegir lo que está bien o está mal. ¿No pueden acaso surfear las chicas en bikini si se encuentran en Indonesia? ¿O en Cantabria, si son chicarronas del norte? ¿Van a taparse el culo con un burka para que el fotógrafo no lo saque, o para que tú, que remontas tranquilamente el pico, no lo mires? Y lo mismo pensarán ellas de nosotros, siempre con esos trajes apretados, cuando no en bañador, mostrando barrigas y pectorales sin el mínimo pudor. No. Claro que no. La sexualidad existe. Es imposible refrenarla, porque es un elemento intrínseco, que está ahí, y que forma parte de nosotros; el erotismo es, a su vez, clave en nuestras vidas, motivando buena parte de nuestros actos sociales. Yo quiero gustarte, y yo quiero que a ti te guste. Sin embargo, está en nuestra mano el saber utilizarlo de manera que sea más bello, que exprese más, que transmita, sin tenerse que corromper por modelos publicitarios actuales que lo único que buscan es el exceso. Son ellos, los publicistas, nuestros, por mucho que nos pese, representantes para el resto de no surfistas, los que crean los anuncios y fotos, los que tienen que establecer una línea entre lo "eróticamente atractivo" y lo "erótico a toda costa".
Si el surf se relaciona con la imagen de una chica escandalosamente sexy, siempre en bikini y con un pelo perfecto, no es culpa de la modelo el ser elegida, si no de la campaña publicitaria que, sabiendo lo que pide el público, cumple sus deseos sin pensar en las consecuencias que puede llegar a tener. La atracción por lo erótico, y el surf es un deporte cargado de ello, existirá siempre. Pero no hacen falta barroquismos ni semi- desnudos para atraer miradas. ¿Cuál es, según los entendidos, la mirada más erótica? La de la Mona Lisa. Y como sabéis, no lleva escote. No lo necesita.
Carlos Serrano