>» La Ola que Perdimos» ~ Por Carlos Serrano
>> Recuerdo la primera vez que escuché que en Bikinis había olas. Fue en los Bajos del Sardinero, la tarde de un viernes invernal en el que caía una lluvía fría tan cántabra como molesta. Apestaba a batido de chocolate y bocadillo de salchichón, procedente del grupo de amigos que nos reuníamos allí después del instituto. A falta de coches, aquellos bajos de congeladas baldosas rojas y oxidadas vallas azules hacían de refugio y cambiador. Aquel día, el Sardinero estaba malo. Grande, cerrotón y feo, lo suficiente como para que un grupo de chavales deseoso de meterse en el agua tras una semana de deberes, estudios y academias de inglés que apenas les habían dejado surfear, se lo pensara. Aquel viernes, como todos, íbamos a meternos con lo que nos echasen. A no ser que nuestros padres quisieran colaborar con una excursión a Laredo, lo que era improbable. Fue Javier Vidania, hijo, quién, ante el pesimismo general, propuso acercarnos a ver Bikinis… [Continúa] |
Durante el breve trayecto, quien no paró de hablar de aquella ola fue Javier Vidania (padre); primero, nos avisó de que no iba a estar bueno (tenía razón) y después nos contó cómo aquella rompiente ya no era lo que fue; las obras y los dragados que se practicaban en la canal de la Bahía de Santander para conseguir el calado suficiente que permitiese entrar al puerto a los grandes cargueros la habían reducido a poco más que una ola del montón. Originalmente, nos contaba Javi, la ola llegaba a romper desde el Faro de la Cerda, dando lugar a una larga izquierda que terminaba a la altura de la Isla de la Horadada.
A medida que he crecido y surfeado he vuelto a oír esta historia bastantes veces. Dani García me habló de baños muy buenos, con tubos. Otros contaban que era una ola “extraña”, que rompía bien en condiciones poco frecuentes, pero que cuando quería era una opción muy a tener en cuenta, mejor que El Sardinero. Pero sin dudar, en lo que todos coincidían era en que, con el nuevo siglo y la ampliación del puerto, aquella ola se había ido desintegrando hasta lo que es ahora. No la habíamos perdido, pero estaba dañada para siempre.
Volvamos al presente. Hace meses salió la noticia de que se había planteado un proyecto para retener la arena de las playas de la Magdalena y Peligros mucho menos costoso que el que venía a ser habitual; pagar a una empresa cada año para dejar guapa la playa, diezmada de arena tras los temporales invernales, lista para enamorar a turistas y locales. ¿La solución? Dos espigones, uno submarino y otro a la vista (con paseo y mirador incluído) cuyo punto de partida sería el actual Balneario de la Magdalena. Mientras escribo estas líneas, este proyecto está más cerca de llevarse a cabo que de caerse de la mesa; de echo, la última hora es que el Gobierno de Cantabria está “estudiando si existe una base” para oponerse a dicha obra.
Digamos lo obvio; bases existen a patadas. Cada uno elegirá la que mejor le venga, en este país en el que cada uno tiene una carrera de Opinión y un máster en Saberlo Todo, pero lo que nadie podrá negar es que las consecuencias sobre la Bahía serán grandes. Los mísmos defensores del proyecto anticipan que no pueden prevenir con exactitud las nuevas corrientes que se formarán y en qué forma podrán afectar a otros sectores de la Bahía.
¿Pero sólo el estuario del Miera será afectado por esto? En paralelo a la arruinada ola de Bikinis (cuya pérdida la provocó el dragado de la canal, no el espigón), frente a la Península de la Magdalnea, se abre el arenal icónico por excelencia de la historia del surf cántabro y nacional; Somo. ¿Es tan descabellado pensar que la reestructuración de las corrientes en una zona tan importante como es la entrada de la Bahía puede afectar a Somo? La Naturaleza, y los surfistas lo sabemos mejor que nadie, es imprevisible.
Tengamos en cuenta que el problema no son los espigones per se, si no que las consecuencias que tendría una obra de semejante tamaño están lejos de conocerse con seguridad. Hay decenas de ejemplos más repartidos por el mundo de olas perdidas o arruinadas por puertos deportivos, espigones (preguntad a los surfistas mediterráneos) y paseos marítimos destinados a embellecer artificialmente playas que ya contaban con joyas. Digo, con olas…
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Pero volvamos al surf con otra cita, si es que alguna vez nos fuimos. Decía Ramón Gómez de la Serna, escritor y periodista argentino; “Es difícil determinar cuando acaba una generación y comienza otra. Diríamos que es más o menos a las nueve de la noche”. Las generaciones en el surf van marcadas por muchos factores, que en gran medida tiene que ver con las playas que cada uno frecuente o su presencia en los campeonatos. Y cada una tiene sus recuerdos, sus leyendas y sus sesiones memorables en fondos que llevan años sin funcionar. Quizás la construcción de estos espigones nos brinde a las generaciones actuales una etiqueta particular: la de ser los encargados de recordar a futuros surfistas, quizás nuestros hijos, que en Somo, frente al pueblo, solía haber buenas olas. Y que más allá del barco, en El Puntal, también. Les diremos que las olas que surfeamos en 2036 no tienen nada que ver con aquellas que rompían en nuestra adolescencia y juventud, antes de que en 2016 construyeran los espigones de Peligros. Contaremos esto mientras observamos ondas fofas y sin fuerza, rompiendo más alejadas de la costa de lo que lo hacían cuarenta años antes. Por suerte, la Curva y La Isla no se han visto afectadas, pero eso hace que los surfistas se amontonen.
Carlos Serrano