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> «Océanos de Plásticos…» – Por Carlos Serrano

>> Si cogemos un atlas mundial de nuestra estanteria, o siendo más modernos, abrimos una nueva pestaña en Google Maps y buscamos la masa de agua del Pacífico, observaremos que apenas hay en él imperfecciones que rompan el espejo azul que supone el mayor océano de la Tierra. Pero si nos acercamos, poco a poco, descubriremos los archipiélagos de Hawái, al norte,  y las miles de islas de la Polinesia en el Pacífico Sur, esparcidas como pequeñas pompas de jabón en un barreño gigantesco. Su masa es insignificante comparada con la inmensidad de agua que las rodea, la cual no encuentra fronteras hasta las costas americanas, al este, y las asiáticas y australianas, al oeste. Ambos polos cierran sus puertas norte y sur, en lo que parece un círculo perfecto de armonía natural, un gigantesco lago lleno de vida y a nuestra disposición para ser admirado y aprovechado, ya que sus aguas alimentan gigantescos bancos de peces, ballenas, marisco y algas que nosotros, los humanos…

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oceanosplasticos01.jpg… los humanos, utilizamos sin pedir permiso. Y por no hablar de lo que en otro tiempo fueron bosques costeros, y que ahora son petróleo y gas listos para calmar nuestras necesidades de energía. Las islas Hawaii, que son el archipiélago de mayor tamaño y relevancia y ocupan el centro del inmenso océano, se formaron hace 28 millones de años, producto de gigantescas erupciones volcánicas. La más joven, Hawaii, se creó hace sólo 400.000 mil años, y aún continúa expandiendo sus costas gracias a los continuos ríos de lava que emanan de la calderas del Mauna Loa y el Kilauea.  Cuando Hawaii surgió de las cálidas aguas del Pacífico Norte hace 400.000 años, los humanos ni siquiera éramos Homo Sapiens, y nuestros mayores logros se limitaban a construir herramientas de caza que sirvieran para sustituir los escasos medios con los que la Naturaleza nos había dotado. Nuestra arquitectura consistía en cavernas húmedas, y lo último en moda era la piel de tigre de dientes de sable. Mientras nosotros nos esforzábamos por sobrevivir como especie en un mundo frío y salvaje, la Naturaleza creaba islas sobre las que luego habitaríamos.

Los humanos siempre hemos sido una especie agradecida con nuestro planeta. Tanto, que para devolver aquel favor a la Naturaleza, que nos concedió tierra firme y agua para poder sobrevivir en medio del mayor océano del mundo, hemos decidido crear un nuevo archipiélago. A nuestra manera, con ese estilo que tanto nos caracteriza; hemos creado islas, pero de plástico. Nuestro regalo de agradecimiento a la Tierra consiste en una isla de basura de 1.400.000 kilómetros cuadrados que se extiende al norte del archipiélago hawaiano y alarga sus brazos hasta las costas de California, Canadá y Alaska. Quizás llamarlo isla sea equivocado, ya que la acumulación de plásticos en la superficie nunca llega a constituir algo realmente sólido, y es raro verlo desde un barco o un avión. Los plásticos se concentran por debajo de la superficie del agua, dañando a todo ser viviente que se aventura en ésta mancha. Son incontables los casos de petreles, tortugas, delfines, albatros y demás animales que se alimentan, respiran o simplemente nadan entre nuestros desechos, miles de ellos muriendo al ingerirlos.

Pero los humanos, aún no contentos con su muestra de gratitud hacia la Tierra, no hemos parado de querer agradecer a nuestro planeta la creación de paraísos insulares como Hawáii, Canarias, Maldivas e infinitos ejemplos más. Nuestra última ofrenda consiste en la gran mancha de basura del Atlántico Norte, descubierta en 2009, aquella de la que provienen los tapones, botellas, envases, mecheros y demás detritus que Álvaro Guzmán veía entre sus pies en las playas de Lanzarote. “Yo siempre he visto, he vivido, cómo el hombre se ha tomado el derecho de coger, desahacer, vender y comprar los recursos que la Tierra le proporcionaba sin ningún agradecimiento por su parte. En cambio, los nativos americanos, por ejemplo, al cazar un ciervo, agradecían a su espíritu el haberles brindado ese animal para poder alimentarse” me cuenta Álvaro Guzmán, en la cocina de la casa que la Special Surf School utiliza como surfcamp en Rodiles. Este madrileño de 35 años se mudó a Lanzarote después de media vida tratando de acercarse al mar, que siempre quedaba demasiado lejos debido al trabajo y a los compromisos, algo que para un surfista no deja de ser una pequeña tortura. En Lanzarote, convivió más que nunca con las olas, y aquello le abrió la mente y la inspiración.

Aquella tarde habíamos presenciado el espectáculo habitual que deja una playa al vaciarse de bañistas y veraneantes; papel albal del bocadillo, botellas y bolsas de plástico por doquier, restos de comida atacados por gaviotas hambrientas… Nada que dure hasta el día siguiente, porque un camión-basurero recorre la playa en cuanto atardece, pasando un paño seco sobre un problema de civismo. “En Lanzarote la situación es peor” me explica Álvaro, “la playa de Famara, en la cual trabajaba, estaba llena de pequeños residuos de colores que estropeaban la playa, pero que podían servirme para expresar un problema del que cada día era más consciente, y sobre todo, como inspiración para comenzar un proyecto que me apetecía realizar; mosaicos de plástico, cuadros de desechos, que en la playa desentonaban pero que fuera adquieren belleza, y que nos hacen ver el problema desde otro punto de vista”.

oceanosplasticos02.jpgPero las obras de Álvaro no sólo son un mensaje a la sociedad, sino hacia nosotros mismos. “Yo también genero residuos, y me espantaría saber la cantidad de plástico o productos que he consumido que han pasado al mar y flotan por el mundo. Por eso, éste proyecto era puramente personal, para darme cuenta del problema, y crear algo bonito de él. La transmisión del lenguaje vino luego, porque aunque suene egoísta, en un principio lo hice sólo para mí. Pero creo que el hecho de agacharse a recoger lo que trae la marea es un pequeño gesto que ayuda a frenar lo que se nos viene encima”. En los últimos cincuenta años, la producción de plástico ha aumentado  en viente veces su tamaño, coincidiendo con el nacimiento de las islas de basura, y se espera que vaya a más durante las próximas décadas. Ésto se debe a la poca reciclabilidad del plástico (sólo un 14% del total es reutilizado) y a la falta de conciencia esgrimida por los humanos; un ejemplo es la práctica habitual de los barcos mercantes de descargar sus plásticos en alta mar, en vez de pagar por el servicio en los puertos.

Un dato demoledor subraya lo que Álvaro expresa en sus cuadros; el Foro Económico Mundial advirtió de que en 2050 habría más plástico que peces nadando en nuestros océanos. “Lo más importante para frenar ésto es la concienciación. César Manrique, famoso artista y arquitecto lanzaroteño, creía en un progreso acorde con el paisaje y la Naturaleza, e intentó plasmarlo en sus proyectos. Sin embargo, no es la mentalidad de los promotores, constructores y alcaldes el respetar la costa, y por supuesto, tampoco lo es para los productores de plástico que ven en este material algo barato y ya muy extendido". En los cuadros de Álvaro aparecen piezas con orígenes tan variados como Japón o Portugal, o trozos pulidos por la sal y el viento que parecen piedras de colores vivos, que han navegado por todos los mares del planeta antes de terminar en Lanzarote. Álvaro, como surfista, conoce el mar y las playas de la península. Durante el verano es habitual verle en San Vicente de la Barquera, y por ello sabe que el problema del plástico no es sólo una cuestión de "otras personas". "Los surfistas, por nuestra parte, utilizamos materiales fabricados en su mayoría con petróleo, ya sea la fibra de tu tabla o un traje de neopreno, aunque haya marcas como Vissla, Patagonia o Ripcurl que han decidido apostar por una serie de trajes realizados con materiales reciclados. Por otro lado, el hecho de que cada día seamos más surfistas implica que debamos ser más respetuosos entre nosotros, preocuparnos por cuidar nuestras playas y nuestro mar. Tiene que haber mayor respeto. Quizás debamos olvidarnos del "nuestra playa" para pensar más en grande, en un mundo conectado, pues somos todos quienes tenemos la responsabilidad de lo que les está ocurriendo a nuestros mares".

Las escuelas de surf, en este asunto, tienen mucha importancia, pues son la mejor herramienta para enseñar a los que serán nuevos surfistas a respetar el medio que les va a permitir hacer lo que más les gusta. Álvaro defiende éste mensaje cuando enseña, pero ahora ve como sus cuadros han traspasado las fronteras de la playa. "Para mí, que mis cuadros puedan verse en el aeropuerto de Lanzarote, como bienvenida para los recién llegados a la isla, supone un orgullo enorme. Poco a poco, me fui dando cuenta de que mi mensaje llegaba a las personas que veían estos cuadros, y decidí dar el paso que me ha llevado a esto. Pero no pienso aún en un futuro para ello, sólo que sirvan como concienciación de un problema gigantesco, que está en nuestras manos resolver, o perderemos el mar, lo que más nos gusta y da vida".

Los cuadros de Álvaro son una señal más del planeta, de que estamos acabando con él. La basura oceánica no se ve, ni se huele, pero existe, y los surfistas seremos los primeros en notarlo, cuando bajo nuestras tablas, en vez de bancos de pequeños peces, pasen bancos de plásticos multicolores, carentes de vida, que irán a parar a la playa en la que tenemos la sombrilla y la toalla.

La exposición de Álvaro Guzmán “Océano Plástico” está expuesta en el Aeropuerto de Lanzarote.
Podéis seguir sus proyectos en Instragram @alvardelmar.

Carlos Serrano

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