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> «Trump Hui» ~ Una nueva y oportuna reflexión de Carlos Serrano

>> Parece ser que el mundo, aquel que todos conocíamos, no va a terminar siendo tan perfecto. Todos sabemos que hay gente cuyos principios y moral no son políticamente correctos; gente cuyo máximo afán es situarse por encima del resto para así poder mirarse al espejo y confirmar lo que todos le dicen al oído:  “pero que guapo eres”, “lo has conseguido, eres un triunfador”  y lo que más les gusta oír, “eres el puto amo”. Pero que el mundo está lleno de “putos amos” lo sabíamos todos antes. Stalin lo fue, Hitler también, incluso Franco, pese a quien le pese (y todavía hay tierra que pesa sobre su putoamismo). Ahora se esconden tras cargos brillantes en bancos, constructoras, navieras, empresas textiles y partidos políticos, pero son iguales que los del siglo pasado. Comprobado está que, tras casi 50 años del fin de la Segunda Guerra Mundial, 60 millones de muertos después, Internet y en gran medida las redes sociales han impedido aquello que los libros de Historia se empeñan por transmitir: utilizar el pasado para construir un mejor futuro.

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Sinceramente, nunca pensé que vería a Donald Trump sentado en el trono de América. He observado las elecciones tranquilo, confiando en que la democracia modelo, aquella que todos queremos (y  por narices debemos, como diría Bush) ser, se volvería en contra del puto amo de rostro anaranjado con la fuerza que los votos de millones de personas normales otorgan. Me equivoqué, al igual que todas aquellas personas.

Sin embargo, si algo tienen en común todos estos putos amos que acomodan sus posaderas sobre discursos de dudosa ética moral es que otros tantos millones de personas piensan como ellos. ¿Cómo se ganan sino unas elecciones? Y es ahora, cuando la realidad nos golpea, cuando nos damos cuenta de que, en realidad, el mundo está lleno de Trumps, de putos amos,  espoleados por sus seguidores, que les hacen la ola o agachan la cabeza a su paso.

donald_surf.jpgEn el agua hay muchos Trumps. Cada playa tiene el suyo, incluso varios, que se erigen como políticamente incorrectos, rebeldes y sólo ordenados por su santa voluntad. En vez de muros en México, levantan muros invisibles alrededor de sus olas, se visten de agentes de aduanas, y como Trump, registran a cada surfista que se acerca a ellos, da igual que sean o no musulmanes. Si les gustas, surfeas. Si no, pasaporte. A los Trump, como a Trump, les gusta bravuconear, gritar, amenazar e intimidar a los que consideran más debiles que ellos. Trump lo hace para proteger a su país, y ellos sus olas. El presidente de Estados Unidos, si pudiese, obligaría a cada mexicano a pedir perdón por buscar un futuro mejor en el país que corrompió al suyo, después, le daría un trabajo penoso, le volvería a pedir que se lo agradeciese de rodillas, y por último, le diría que las cosas son así, y que tiene suerte de no ser deportado. Los Trumps del surfing funcionan igual, por que como ya indiqué, el putoamismo no entiende de fronteras: confórmate con estar aquí, en esta ola que es mía, cogiendo las olas que yo no quiero, y además estate agradecido. Y como nada cambia y humanos siempre vamos a seguir siendo, la razón por la que éstos Trumps campan a sus anchas por despachos ovales y picos de todo el mundo es que gran parte de los que les rodean, o bien les apoyan, porque quieren ser como ellos y ven bajo su ala la única posibilidad de crecer (aunque sea hacia una nube de lluvia ácida), o bien porque les ignoran y aceptan su gobierno, sin hacer el mínimo esfuerzo por cambiar las cosas, porque el mundo es malo y yo no voy a conseguir que sea mejor.

Que nadie confunda mis palabras. No estoy diciendo que todos los locales sean Trump, al igual que no todos los políticos lo son. De echo, la mayoría de los que se autodenominan locales de algún sitio son personas más honradas y sinceras que nuestros gobernantes. Al igual que existen Trumps, también hay Obamas, personas que, sabiéndose superiores al resto de sus acompañantes en el pico, no utilizan las armas del magnate (intimidar, gritar, provocar…) para imponerse, si no que saben que su buena reputación, merecida tras largos inviernos sentando el culo en la tabla, basta para garantizarles las olas. Son estos Obamas los que enseñan al resto de personas los principios del localismo, al igual que el recién salido Barack debería ser un ejemplo para nuestro flamante presidente, Mariano Rajoy. Estos Obamas son gente de mundo, que se las ha visto en todas las situaciones: han surfeado picos masificados en Bali, olas perfectas en Mentawai y han lidiado con los Trumps de medio mundo, por lo que saben de que va el juego; son expertos en diplomacia, y como tales, surfean y dejan surfear. Ojo, también los Obamas imponen su autoridad, pues para algo llevan allí tantos años, y como el Nobel de la Paz, tampoco dudan en meterse en guerras y luchar para defender lo que es suyo, lo que con tanto esfuerzo ganaron. No dejan de ser presidentes de un sistema imperfecto, como lo somos todos, así que tampoco pidamos que sean Gandhis. Sin embargo, basta que exista un Donald Trump para que el trabajo de todos los Obamas y Gandhis se vaya al garete. Y si encima, los Trumps se unen y forman un partido político, apañados vamos.

Los paralelismos continúan hasta la saciedad: al igual que los votantes de Trump perdonan a su líder el ser un machista y hacer declaraciones subidas de tono acerca de las mujeres, los seguidores de los Trumps del surf les perdonan el caerse una y otra vez, colarse, y barrer el pico con sus tablas kilométricas.  Trump no tiene experiencia política, de hecho nadie se explica cómo un producto de los “realities” y la telebasura ha podido llegar tan alto. En el surf pasa igual: los Trumps del pico son lo opuesto a cualquier valor que pueda transmitir el surfing, pero allí están.

Quizás hoy, en vez de mirar hacia Estados Unidos, levantar las palmas de las manos y preguntarles ¿Por qué hacéis esto?, debamos mirar hacia nuestras playas y pensar en la elección que hacemos cada día. Quizás entonces comprobemos que no somos tan diferentes como los inconscientes americanos que han dado su apoyo al candidato más impresentable de la historia de Estados Unidos, pues permitimos cada día que Trumps mucho más mediocres que el original nos gobiernen. Y hasta que no nos demos cuenta de ello, se seguirán construyendo muros invisibles alrededor de nuestras playas, muros que nos permitirán ver olas perfectas, pero que jamás surfearemos, pues están custodiadas por los votantes del puto amo. Y entonces nos sentiremos como todos los mexicanos y refugiados que se agolpan tras los muros de medio mundo. Por que es la gente quien hace y quiere a los Trumps. Si no, habrían desaparecido hace mucho tiempo.

Carlos Serrano

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