> Huele a Napalm – Una incendiaria reflexión de Carlos Serrano
>> ¡Me encanta el olor a Napalm por la mañana! – Teniente Coronel Bill Kilgore, Apocalypsis Now. Sólo faltaban los helicópteros de Coppola sobrevolando el cielo para que la escena vivida esta mañana en buena parte de las playas del norte de España fuese lo más parecido a una película bélica: el sol tapado por la ceniza, un calor agobiante y un olor a muerte.
Aquellos que hoy madrugamos para surfear sabíamos que, alrededor de las once, se anunciaba un cambio brusco del tiempo que nos cambiaría el bendito sur, cálido y offshore, por el malhumorado y frío viento gallego, del noroeste. Lo vimos venir; el horizonte se veía negro, denso, y cada vez más cercano. Algunos vaticinaron una galerna, algo posible dados los calores de los últimos días.
Pero la nube no cargaba agua. Frente a nosotros desapareció la Isla de los Conejos, y los islotes que la flanquean. “Nos quedan diez minutos chavales, a por la última”…
Y puntual a la cita, la nube llegó, arrastrando algo que, lamentablemente, cada vez estamos más acostumbrados a oler: ceniza. Es algo ya sabido que nosotros, que vivimos en éste planeta gracias a todo lo que nos ofrece, somos el animal más desagradecido allá donde los haya. Pero, ya en pleno siglo XXI, cuando todo aquel que quiera puede informarse, acudir a datos y labrarse una opinión, que exista gente que niegue que nos estamos cargando el planeta (que el negacionista Trump sea presidente de EE.UU es la mejor prueba), y consecuentemente, actúe como si todo siguiera igual, o nada fuese a cambiar, es para replantearse muchas cosas. Tanto la gente que quema, como aquellos que tiran su basura en cualquier lado (con predilección por las playas) son una pequeña parte de culpables de que estemos como estemos, y de que, en cuarenta años, quizás sólo surfeemos oliendo a ceniza, y muy seguramente, entre plásticos.