Carta al surfista alejado del mar. Segunda parte.

Mira que te lo avisé, maldito crédulo. A ti y a tu colega, que está igual que tú, o peor, porque lleva más tiempo aquí. ¿Aquí, dónde? En el mar de alquitrán, peine, que eres un peine. Mira que sabes que esto no es lo tuyo, pero tú erre que erre. Que si necesitas salir. Que si te aburres. Que si te agobias. Que si qué hago. En fin, amigo, que te voy a tener que repetir las cosas. Lo que pasa es que nada es igual a como fue aquella vez, y a la vez, es lo mismo. A ver cómo te lo explico para que me entiendas.

Es normal que echéis de menos el salitre en las orejas, y en las cejas, en la espalda y en la boca. Y el olor del mar. Pasar de un régimen de aroma de caloca a ambientadores de tubo de escape no sienta bien a nadie. A nadie le gusta el olor a dióxido de carbono por la mañana, y vosotros os ponéis morados. Habéis pasado de meter prisa a los demás, en vuestro alocado camino hacia una playa donde la marea ya lleva dos horas subiendo, a que os la metan a vosotros. Cláxones, intentos de atropello, carteristas, revisores de autobús. Personas que te miran con los ojos tristes porque tú al menos llevas un rumbo. Policías que entran en tu casa porque saliste a la calle en chanclas. Eso aquí no, majo, eso en la playa. Pero agente, es que yo nací en la playa. ¿Chaval, que te has fumado y dónde lo guardas?

La inactividad torna en una energía desbordante que toma cualquier dirección. Es como hacer agujeros a una garrafa. Chorros incontrolables. Como no puedes comerte ninguna serie, ni remar contracorriente, decides que esa adrenalina tendrán que aportártela otros. Ves cosas donde no las hay. Haces que medio metro baboso sean tres sobre fondo de coral, porque, ¿qué has hecho hoy interesante? Y eso está mal, tío, aunque ya sé que no es a propósito. Faltaría más. Si lo fuera, no estaría diciéndote esto, porque no lo merecerías. Pero contrólate, y madura, que ya toca. Nadie es más gallo por exagerar las cosas, y todos saben, que aquel día, el mar era una mierda. Tú también.

Y bendito siglo XXI, ¿verdad? Ya no es bastante con que imagines las olas que se están pillando tus colegas, si no que ves cada maldita espuma, cada rincón de tu playa. Le ves hasta los mocos al local que se ha metido a las ocho de la mañana, lo bien que se lo ha pasado el perro del tío ese tan majo jugando con la arena, mientras tu estas moviendo tu pulgar de arriba abajo como un autómata, y tu mente divaga. Tú también quieres arena, no asfalto. Realidad, no pantallas. Tacto.

Pero has cambiado, me parece, desde la última vez que te escribí. Hay más colores en tu vida. Ya no ves en blanco y negro, tratando siempre discernir el gris correcto, creyendo en una moderación vendida en anuncios de televisión. La paleta se ha ampliado, y han aparecido colores que nunca imaginaste que existían. Texturas que ahora vienen a tu mente porque no las ves, no las encuentras allí donde estás. Y qué mal, tío, qué mal. Eres un buen peine, ¿te lo he dicho ya? Siempre buscando lo que no tienes. Desiste. Ese gris verdoso, color prado norteño bajo una surada potente, golpeado por los rayos de un sol invernal sólo se encuentra en un sitio. Es irrepetible. Esa superficie suave, blanca y cálida, reposa lejos de donde te encuentras. Nadie va a susurrarte al oído, ni envolverte en un tubo cálido de piel de dónde no quieres salir. Pero qué cosas te digo. A ver si el comediante voy a ser yo. Nadie quiere salir de un tubo así.

Sin embargo, parece que del mar no has aprendido nada. No le escuchas. Tanto que lo idealizas y frecuentas, para luego no saber leer sus mensajes. Menos mal que estoy yo aquí para decirte que, después de un temporal, de espumas y corrientes que arruinan esos fondos que tantas alegrías te dieron hace una semana, siempre viene la calma. ¿Y entonces, qué? Pues que puedes encontrarte con que aquella explosión de fuerza ha dejado tu playa arruinada, sin un maldito bajo, sin arena, sin olas. Pero tiene que darte igual. Igual pasa un día, una semana, un mes, o un año, pero los fondos volverán. Que seas el primero en darse cuenta depende de tu paciencia, de tu constancia. De volver a la playa todos los días a observar aquello que más quieres. Los fondos volverán, y si haces eso, surfearás las mejores olas, y solo. Y ojalá en verano, para poder reír en bañador y secarte tirado en la toalla. Todo vuelve, y tú también.

Repito, te noto distinto. No te has distraído un segundo. Supongo que sea porque, en toda esta conversación, en ningún momento te he hablado, en realidad, de surfing. Pero me has entendido. Y dile a tu colega que ni está habiendo tan buenas olas, ni ha calentado el agua. La distancia todo lo aumenta. Todo. ¿Te he enseñado algo nuevo?

Carlos Serrano

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