Salsipuedes | Una historia de Nico Moramarco

Mira esto. Es el año 1993. Estoy en San Diego recién llegado de Méjico donde había estado trabajando. Como estuve en más o menos el mero centro del país ( si tiras un dardo y das en el «bullseye» es allí) no había visto el mar en bastante tiempo y menos aún, surfear.

Baja California. En aquellos años era nuestra válvula de escape de la masificación en la mayoría de los lugares donde nos gustaba ir: Bird Rock y Windansea en La Jolla. Swami’s en Encinitas, 15th street en Del Mar y todos los arrecifes de Sunset Cliffs; Osprey, North Garbage, South Garbage y el Pier en Ocean Beach. Mis amigos y mentores Scott Van y Kelly K tenían el tema Baja controladísimo. Habían alquilado auto caravanas deluxe con algo de terreno en los acantilados de algunas olas bastante buenas y lo que era mejor: vacías. Cuando digo auto caravanas tienes que imaginar una especie mezcla de furgonetas gigantes tipo lo que llevaban las orquestas de verano con plataformas y recovecos e incluso con terrazas. K38, La fonda, Baja Malibú, Cuatro casas. Siempre íbamos de noche porque trabajábamos en un hotel poniendo copas en bodas de lujo y nos íbamos para Baja cuando las fiestas acababan a las altas horas de la madrugada Californiana. Más de una vez encontramos pana, quiero decir; líneas hasta el horizonte, perfección y soledad. Eran momentos dorados. A cuarenta minutos de San Diego con sus picos saturados. Libres. Asilvestrados como animales que salen de la jaula para adentrarse en su hábitat natural. Olas, fish burritos, cerveza Tecate, crema, crema, crema. Y eso es sin hablar de las noches en esas caravanas y las jaranas que se montaban con las universitarias que buscaban diversión. Mi amigo Kelly, aparte de ser un iman para las mejores olas, era un imán para las chavalas de buen ver también. Alto, rubio, fuerte, con la eterna sonrisa. Su surfing es algo que no había visto nunca ni he vuelto a ver nada parecido después. Estilo, fuerza, longboard, shortboard, all board. Lo que le echases. Grande, pequeño, sin invento, etcétera. Lo que más le caracterizaba era la manera que parecía gozar de la ola. De todas las olas. Viéndole, parecía que tú estabas surfeando y disfrutando también.

Fast forward: Finales de octubre, 2020, a pocas semanas de las elecciones presidenciales en U.S.A. que algunos dicen que serán los más transcendentales de toda la historia del país. Plena pandemia. Disturbios. Saqueos. División. Me mandaron videos del barrio donde iba felizmente a Helix High School en La Mesa, California allá por los años 80 del siglo pasado. Se veía gente jóven sobre todo, enmascarados y vestidos como para combate, quemando bancos, tiendas, y lo que fuese. Allí mismo, donde los primeros besos, donde íbamos a comer pizza los viernes después de los partidos de futbol de nuestro equipo. Irreconocible.

En estos momentos California es un lugar casi desconocido para mí salvo los dulces recuerdos que guardo y lo que leo en la prensa. Algunos de mis amigos y familiares se han marchado del «estado dorado» casi por patas. Parece un «sal si puedes» sobre todo de los grandes urbes, Los Ángeles en particular donde el precio de vivir es desorbitado y los espectáculos están cancelados en un lugar que vive por y para el espectáculo. Los sin techo ocupan barrios enteros, las carreteras están en mal estado y hay millones de armas. Un cóctel amargo y volátil.

SALSIPUEDES SURF2

SALSIPUEDES SURF

Pero el lugar del que te quiero hablar es otro. Se trata de Salsipuedes, Baja California. Confieso que nunca había estado antes ni he vuelto después. Normalmente nuestras incursiones en la península eran para surfear olas de tamaño metro, metro y medio y solíamos utilizar tablones modernos o eggs (tablas en forma de huevo) para las aventuras. Ésta vez iba a ser distinto. Llamada de Scott: “Moramarco, estate preparado. Me paso a las 6:00 a.m. Estará épico.”

No te olvides que acababa de llegar de un largo tiempo en secano y que llevaba menos de 48 horas de nuevo en San Diego. Aún así, no lo dudé. «I’ll be ready.» Colgué el teléfono.

Cuando llega Scott, todavía era de noche. Salí de la casa de mi padre en First Avenue expectante y con ganas de ver de nuevo a mis amigos y disfrutar del Pacífico. Nos dimos un abrazo y tiramos millas hacia el sur. Nos juntamos con Kelly K a medio camino que iba en su furgoneta. Nos indicó que le siguiéramos. Empezaba a levantar el día. Yo no quitaba ojo al mar y veía que efectivamente, estaba grande. Pero no el tipo de grande que te produce ganas de ir corriendo al agua. Era grande tipo “oh my god.” Claro está que mis acompañantes estaban en plena forma y surfeando todos los días y no iban a dudar a la hora de meterse. Yo tenía una colonia de mariposas mezcladas con cafeína haciendo malabares en mi estomago. Pero me callé.

Cuando tomamos la salida de la carretera sinuosa del camino sinuosa pude ver la señal amarillenta y media tapada por maleza que indicaba el nombre del pueblo: Salsipuedes. Mis amigos no hablaban español así que no fueron conscientes del aviso. Era un acantilado muy pindio con un camino de asfalto mal puesto que a los pocos metros se convertió en camino de tierra. Afortunadamente no llovía porque entonces sí que iba a ser muy complicado de poder salir. Arrimamos las furgonetas a un lado del camino y salimos a mirar. Vértigo. Aparte de ser casi una bajada vertical hacía una zona de rocas por donde, se supone, que íbamos a entrar al pico. El pico. Otro tema. A lo lejos se veía una derecha romper. Era un point break que por lo menos, no cerraba. Al estar lejos de nosotros, no se podía calibrar el tamaño. Tampoco había más surfistas para poder medir el tamaño de la ola juzgando por el tamaño de un ser humano. Nada. Estos dos estaban pletóricos. Sacando las tablas a toda prisa, desenfundándolas, sacando trajes, parafina, pegando gritos de alegría, en fin. Había que ir. Scott me ofreció su tabla “pincho” o “gun.” Mediría unos 7 pies y algo. Era blanca con la punta muy afilada y con una hoja de marihuana pintada a todo color justo debajo y la frase impresa con grandes letras negras rezando “Legalize it! ” como la canción de Bob Marley. Parecía un chiste en la California de entonces donde podías ir a la cárcel durante muchos años por el mero hecho de tener restos de un canuto en tu coche. Parecía más probable que los cerdos cantasen ópera perfectamente afinadas mientras volasen que fuese a ser legal aquella planta. Cosas que pasan.

Me entró la risa nerviosa mientras acariciaba los cantos y me daba cuenta de lo improbable de todo lo que estaba pasando. Ellos ya estaban con los neoprenos puestos y con ganas. Les dije que fuesen entrando que iría yo a mi ritmo (así también me daba pistas de por donde entrar y en un momento dado, el tamaño de las bestias que caían al fondo).

Al ver que entraban sin problemas, bajé. Al posar la tabla en el agua y tumbarme encima, me sentí de repente tranquilo. Les veía a lo lejos surfear alguna ola. Tendría 10-15 pies escala Californiana, que serían unos 3 metros. Pero la ola abría. Les dejaba bajar y surfear sin demasiado peligro salvo las enormes cantidades de agua que caían, y las rocas que estaban debajo del agua. Kelly fue el primero en animarme. Le seguí hasta la zona del take-off. Él se metió muy adentro y remó la ola que se acercaba,. Desapareció con un chillido de euforia para aparecer muchos metros más allá con el estilo y la sonrisa de siempre. Después fue Scotty, lo mismo remada sin dudas y adelante. No tuve tiempo para contemplar; vino otra ola seguida y estaba sólo. Giré, apunté un poco de lado para no hacer una bajada demasiado vertical y no sé cómo pero me puse de pie en aquella zapatilla rusa y sorteé la bajada, me agaché y no diría que surfeé la ola, sino mas bien la acompañé lo mejor que pude. Kelly lo vio todo y su grito de alegría retumbó por toda la bahía.

Horas después, ya de vuelta a San Diego y tomando algo los tres, me diría Kelly que para él fue precioso ver a sus dos amigos a la vez surfeando una ola grande de la misma serie, que tenía la estampa grabada en su retina. Les pregunté si sabían cómo se llamaba el spot en inglés. Ni idea. «Get out if you can.” Carcajadas. Lo repetimos en los dos idiomas varias veces como una mantra en nuestra improvisada clase de castellano. Y así quedó. Yo simplemente estaba contento de estar a salvo y de haber salido como pude.

Nico Moramarco
@slowflow39310

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